Un genocidio, el privilegio y la ignorancia

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Había soñado pisar Ruanda; no solo por los gorilas y sus volcanes, sino por su trágica historia que desde joven había marcado y transformado muchas de mis posiciones y creencias respecto a ese discurso de odio que a veces compramos y que está disfrazado de valores y protección de nuestras tradiciones. 

Crecí en un hogar estrictamente religioso, pero en mi casa mis padres me enseñaron que el amor hacia las personas siempre iba por encima de todo. Es por esto que se me hacía difícil comprender cómo, en un país como Ruanda, el que ayer era tu vecino y compartía comida contigo, en un abrir y cerrar de ojos se convertiría en tu asesino y a machetazos acabaría con tu vida porque eras de una etnia diferente. Sin embargo, cuando comienzas a indagar te percatas que esto no ocurrió por arte de magia.

El discurso de odio es una semilla disfrazada que poco a poco van introduciendo para defender las causas. Así como si te dijeran que debes hacer esto o lo otro para convertirte en un héroe de una “causa justa”. Así fue que se creó la bomba de tiempo en la tierra de los gorilas. Un grupo radical de hutus, que era la mayoría étnica, comenzó a utilizar la propaganda en radio, televisión y prensa para hablar de cómo la minoría tutsi representaba un riesgo para sus familias, sus recursos y sucultura. El discurso fue cada día más apocalíptico y el odio fue creciendo, lo que alimentó los miedos y la ignorancia provocada por la poca escolaridad.

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Un 6 de abril de 1994 se desató la barbarie. Ese día, en un atentado de autores aún desconocidos, se perpetró el asesinato del presidente ruandés en el aeropuerto de Kigali. Aquellos que habían sembrado la semilla del odio decidieron que era tiempo de cosechar el horror. Los hutus radicales llamaron a todos sus seguidores a salir a las calles, barrios y pueblos a erradicar a los tutsis que representaban una amenaza a su cultura. Así se perpetró un genocidio, mientras las potencias occidentales se hacían de la vista larga. En 3 meses la revuelta había cobrado más de 1 millón de vidas y en pocos más alcanzó los 2 millones.

Parado sobre una fosa con 250 mil cuerpos de ruandeses trataba de explicar, para un vídeo de Instagram, cómo se desarrolló el genocidio. Sí, lloré varias veces y fue casi imposible hacer la grabación. No fue a mí, no fue a mi familia, no fue en mi país, pero ese mismo odio, que costó 2 millones de vidas, lo sentía cerca. Quitemos los términos hutus y tutsis y utilicemos las palabras homosexuales, inmigrantes, negros, extranjeros, religiosos, ateos o cualquier otro término que hoy día muchos, desde el odio y en defensa de los mal llamados valores de nuestro país y cultura, aseguran que estas poblaciones representan una amenaza a su estilo de vida. ¿Qué ha cambiado? No mucho. Hoy utilizan emisoras de radio, televisión y prensa para divulgar el odio. Incluso, muchos lo hacen en nombre del amor que dicen vivir en su religión. Esos dioses de amor que nos predican, pero que con su ejemplo y testimonio no nos pueden convencer. 

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Pensaba, ¿cuándo será el próximo? ¿Contra quién? Entonces es imposible que el aire que respiras no se vuelva pesado en ese momento, que no se te nublen los ojos, que el corazón no te palpite a millón por segundo, que no pienses en la gente que amas y que algún día pudiesen ser ellos. Luego de recomponerme -momentáneamente, porque un corazón nunca se recompone de ver las atrocidades que los humanos somos capaces de ejecutar- decidí crear y publicar el contenido en mis redes para educar sobre algo que ocurrió y nos respira detrás del oído dejándonos saber que en cualquier momento puede repetirse y que solo cambiarán los victimarios y las víctimas. 

Fue un día lleno de emociones en las redes con muchos mensajes de empatía y solidaridad con un pueblo que la mayoría de mis seguidores no conocía. Sin embargo, para mi frustración -no sorpresa, porque estas cosas no me sorprenden- recibí varios mensajes que comparaban el genocidio con “la situación actual de los vacunados y los no vacunados” y “cómo nos discriminan por oponernos a las vacunas”. Solo pasaba por mi mente: ¿cómo es posible que una persona relacione su opción a elegir vacunarse o no con la muerte de 2 millones de personas que NO TUVIERON OPCIÓN de vivir porque fueron asesinados a machetazos y hachazos por ser quiénes eran? ¿Cómo es posible que en la mente de alguien la vida de 2 millones de seres humanos se reduzca a compararla con su opción de tomar una decisión? 

Entonces no dejaba de rebotar en mi mente lo peligrosa que es esa combinación de privilegios, desinformación y la ignorancia. Cuando un ser humano minimiza una tragedia como el genocidio ruandés para compararlo con su decisión de no vacunarse, simplemente ha decidido no mostrar ningún respeto por las vidas que el odio nos arrebató. Así es el privilegio. Desde la comodidad del hogar muchos, que nunca han vivido la persecución por ser quienes son, que nunca han sentido sus vidas amenazadas, nos quieren hablar de discrimen, segregación y genocidios. Así nos tiran bolitas de humo que poco a poco van llenando los cuartos de la ignorancia y, sin darnos cuenta, nos han vendido un discurso falso que siempre contiene como ingredientes el miedo y la desinformación.  Falsas equivalencias que, peligrosamente, quieren minimizar la historia.

Para mí sería casi imposible mirar a una mujer ruandesa que perdió toda su familia, asesinada frente a sus ojos cuando era niña, y decirle: “Te entiendo, yo decidí no vacunarme y se siente igual cuando no me aceptan en un restaurante”. ¿Hasta qué punto las personas están dispuestas a llevar su demagogia para defender una postura -que derecho tienen a tenerla- que jamás se compara a una tragedia humana? ¿Cuán insensible puede ser la ignorancia? 

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Si de algo me ha servido viajar, es para reconocer que desde la posición privilegiada en la que vivo -la cual no elegí- nada me hace más humano que quitarme los zapatos del privilegio  y reconocer con humildad que mis dificultades vividas jamás se compararán con el dolor vivido por otros. Querer minimizar la historia, el dolor y las tragedias de otros es un acto irrespetuoso que solo demuestra una falta de sensibilidad de aquellos que desde su comodidad no pueden ver las dificultades de otros. Ojalá y nunca volvamos a ceder como sociedad ante los falsos discursos, porque ese día estaremos aún más cerca, nuevamente, de reemplazar las palabras hutus y tutsis y ponerle alguna que nos haga a nosotros estar en el papel de víctimas o victimarios de una tragedia que juramos no volver a vivir.